lunes, 7 de enero de 2008

JUSTICIA POÉTICA

Cuando encontramos esta casa, vivía en ella un viejo. Tenía bultos en las manos y brazos. Nos dijo que tenía reuma deformante. Pasaba todo el día tirado en un sillón destartalado en el zaguán. Los vecinos le hacían los mandados. Con vendas de sábanas viejas cubría sus bultos lastimados. Hacía cuarenta años que estaba separado de su mujer. Ella vivía en España. Él había venido huyendo de la dictadura de Franco y se había quedado. Explicaba sencillamente, que él no quería volver y su mujer no quería venir, pero que seguían casados y mantenían su matrimonio por cartas. Ella le contaba de sus hijos, de sus parientes, él la ponía al tanto de su boliche, de cómo crecía el tilo que había plantado...
Los vecinos decían que tenía un tesoro enterrado en algún lado. Era un viejo que provocaba la invención, desataba el misterio...
Enfermo y sin plata, quería volver a España, con su mujer, capaz que a morir. Y lo decía.
Vendía la casa. Era un rancho de techos de chapa, algunas paredes de lata y otras de material. Cuando la conocí, la grasa decoraba la cocina con chorretes surrealistas. El dulce de membrillo y un pedazo de salame, encima de la mesa, eran un manjar para treinta o cuarenta moscas. Entre techo y cielorraso vivían las hormigas, las ratas y alguna comadreja. Se sentía el olor. En el galpón había herramientas, damajuanas, latones de aceite y una bañera nueva que compró pero no pudo instalar. Era un hombre trabajador y tenaz que se había venido abajo y aún peleaba, pero ya no podía pelear más que una batalla: vender la casa e irse a España. Pero no era fácil. Su casa había sido su amante. Y dejarla le dolía.
Lo entiendo porque yo me enamoré de esta casa en cuanto la vi, de ella y de todo lo verde que casi la tapaba. Los parrales, las higueras, los limoneros, los nogales, los ciruelos.
Las rosas, los margaritones, los cartuchos...Y el tilo, sobre todo el tilo, que tenía veinte años y era enorme ya.
Y nos vendió la casa. El escribano vino hasta aquí y firmamos los papeles en una mesa al costado del sillón del zaguán. Minutos después, se fue en un coche que lo vino a buscar llevando sólo su televisor y una valija. Todo lo demás lo dejó atrás. No sólo los muebles, sino el dulce de membrillo, la heladera con la leche, las zapatillas, un raído traje, el ropero, la cama tendida, fotos, unos platos, todo.
Y también las cartas de amor
Y también el tilo
Y antes de irse me dijo algo... en lo que no he podido dejar de pensar todos estos años...
-Pensar que planté el tilo para tener un lugar de sombra para matear...esperé y esperé... y ahora que por fin da sombra, después de veinte años, me tengo que ir...
Desde que vivimos acá, nunca hemos mateado bajo el tilo. No sé por qué , por algo como un decoro del alma...
Ayer pasé revista a los árboles plantados...El ciprés, la magnolia y el árbol de camelias están creciendo lindos: los plantamos nosotros hace unos años, pero el parral siempre dio unas uvas chiquititas, una tormenta nos volteó un nogal y el tilo se empezó a secar.

2 comentarios:

Sil.* dijo...

En más de una ocasión dejamos nuestras huellas sin saber cómo ni cuando,sin poder verlas. En otras, es el resto quien nos las deja y ya no sabemos que hacer ni que decir. Pasa con los hombres y también con cada uno de los seres vivos que habitan este mundo.
Nuestros rastros y nuestras esperas le dan vida a demsiadas cosas, tantas, que le restamos importancia.
Me gustó esta Justicia Poética.
Sigo leyéndote.
Besos
Sil*

ro dijo...

Gracias, Sil. Lo que cuento es real. No tiene de ficción más que la envoltura narrativa. Yo también anduve por tus pagos y me gustó lo que vi. Sigamos las dos leyéndonos, pues.